- La evaluación pobre genera un proceso de enseñanza y aprendizaje pobre.
- La evaluación debe ser un instrumento de transformación, mejora e innovación en la universidad.
- La evaluación debe tener en cuenta los sentimientos y emociones de los evaluadores y evaluados.
- No se debe evaluar solo el ámbito cognitivo, también se deben evaluar las actitudes y valores.
- Es importante formar buenos profesionales y buenas personas.
- La evaluación puede tener diferentes finalidades, algunas pedagógicamente pobres o perversas.
- La evaluación debe ser un proceso de comprensión, diálogo, innovación y mejora.
- Se deben mejorar la racionalidad y la justicia de los procesos de enseñanza y aprendizaje.
- No todas las innovaciones son mejores que lo que ya existía.
- El contexto institucional puede dificultar los procesos de evaluación formativa e innovadora.
- Las instituciones educativas deben reflexionar sobre su clima moral.
- El buen aprendizaje debe ser el objetivo básico y se debe dar más protagonismo al estudiante en todos los aspectos de la educación.

El doctor Miguel Ángel Santos Guerra explica el papel de la evaluación en el contexto educativo y la importancia de las emociones en este proceso.

Yo digo que una evaluación pobre genera un proceso de enseñanza y de aprendizaje pobre también.

Y por consiguiente, la evaluación permitiría, bien entendida, bien planteada, ser un instrumento de transformación, de mejora, de innovación en la universidad.

Nosotros no somos máquinas de evaluar y los alumnos máquinas que son inspeccionadas y evaluadas.

Y por consiguiente también al evaluar cuenta nuestros sentimientos, condiciona nuestros sentimientos el fenómeno.

No es igual la evaluación hecha por un individuo atormentado, entristecido, depapoderado emocionalmente, que una evaluación hecha por una persona con salud emocional, con satisfacción respecto a la profesión, con buena capacidad de comunicación con los demás.

Y hay un tercer aspecto que no se debe olvidar, que es que nosotros estamos muy encaminados por la tradición, por algunos mitos y algunos errores que se producen en nuestras prácticas docentes a evaluar casi exclusivamente el ámbito de lo cognitivo.

Planteamos solamente en la evaluación cuánto sabe e incluso algunas veces qué sabe hacer, pero pocas veces vamos a evaluar qué siente, cómo es, qué le pasa y ese componente es muy importante cuando hablamos de la formación, quizá no de un buen profesional, pero sí de un profesional bueno.

Y nosotros no tenemos que hacer solamente buenos arquitectos, buenos médicos, buenos filólogos, buenos biólogos o biólogas, sino que tenemos que formar también a las personas.

Es decir, tenemos que formar un médico bueno, un arquitecto bueno, un biólogo bueno.

Y en esa bondad está el ámbito de los sentimientos, está el ámbito de las actitudes, está el ámbito de los valores.

Y también tendríamos que preocuparnos de este ámbito de lo emocional, no solamente como condicionante del proceso en lo que se refiere a las emociones de los evaluados y los evaluadores, sino al contenido de la evaluación, al foco de la evaluación, al ámbito de la evaluación.

Tenemos que evaluar los saberes, pero tenemos que evaluar las actitudes.

Y a mí me parece que esto es muy importante, porque si entregásemos a la sociedad profesionales muy competentes en sus disciplinas, muy competentes en su oficio, pero malas personas, malos individuos, malos ciudadanos, estaríamos prestando un triste y un calamitoso servicio a la sociedad.

Unas que son pedagógicamente pobres, se puede evaluar para comparar, para comprobar, para seleccionar, para controlar, para jerarquizar.

Hay otras que son perversas, se puede evaluar para torturar, para desprestigiar, para desmotivar, para hundir, para desalentar.

Y hay otras que son pedagógicamente ricas, que son las que yo creo que se deben fomentar con mayor énfasis.

Y una de ellas es, se debe evaluar para comprender para dialogar para innovar para mejorar también tengo otro libro titulado la evaluación un proceso de diálogo comprensión y mejora cuando es la evaluación un proceso que nos permite innovar, que nos permite mejorar?

Cuando se convierte en un proceso de reflexión, un proceso de análisis, un proceso de crítica, un proceso de comprensión, que genera claves para tomar decisiones de transformación.

Y había que transformarlo en dos dimensiones fundamentales.

Una, la racionalidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje.

Hay procesos de enseñanza y aprendizaje que no son lógicos.

Si yo quiero enseñar a una persona a ser creativo no le puedo enseñar a hacerlo dándole clases magistrales en lo que no le deje ni opinar.

Entonces habría que mejorar la racionalidad.

Pero también hay que mejorar la justicia de las prácticas porque las prácticas de la enseñanza no son solamente técnicas, son prácticas morales, son prácticas éticas, puesto que hay relaciones, y hay relaciones sanas éticamente y hay relaciones perversas éticamente.

Por consiguiente, esa transformación o esa innovación de la que me habláis tiene que contemplar esas dos dimensiones.

Y quiero hacer una observación que me parece fundamental cuando hablamos de innovaciones, de innovaciones en los procesos de enseñanza y aprendizaje y de innovaciones en la gestión institucional del aprendizaje.

Y la observación es algo muy importante que está relacionado con el lenguaje, que no se pueden confundir cambios con mejoras.

Es decir, no todas las innovaciones son buenas.

Es decir, que no todo lo nuevo por ser nuevo es mejor que lo que ya había.

La evaluación que hacemos, lo que hacen los profesores en las universidades, no se hace en la estratosfera, no se hace en una campana de cristal, se hace en el marco de una institución.

Es decir, en un contexto institucional, en un contexto educativo.

Ese contexto educativo puede ser de muchas formas, de muchos tipos.

Puede haber contextos institucionales, culturales, pobres, perversos, negativos, adulterados, y en ese contexto se hacen con mayor dificultad procesos de evaluación formativa, procesos de evaluación encaminada a la innovación, que tengan en cuenta las personas, que tengan en cuenta los sentimientos, como hemos dicho.

Porque el contexto no solamente no lo propicia, sino que lo dificulta.

Y a mí me parece que esto es una cuestión clave, cómo es la institución, qué prescripciones genera, qué clima cultiva, qué es lo que es bueno y lo que es malo en ella, a qué profesores y profesoras valora, por qué los valora de una manera o de otra.

Y yo pienso que las instituciones universitarias de educación superior deberían ser un faro moral para la sociedad.

Y deben reflexionar de manera sistemática, rigurosa, exigente, sobre ese clima moral que está en ellas.

Durante muchos años, la didáctica ha focalizado sus planteamientos en la enseñanza, en la buena enseñanza, pero se ha planteado menos en el buen aprendizaje.

Pero El buen aprendizaje es el objetivo básico, y por consiguiente hay que poner el foco en el que aprende.

Todos aprendemos, pero institucionalmente, el estudiante ha sido, tradicionalmente, el destinatario del trabajo del profesor y el destinatario de la evaluación que el profesor hace.

Y yo entiendo que hay que darle mucho más protagonismo, pero No solamente en los procesos de evaluación, yo se lo daría en todo.

En el diseño del currículo, en la selección de contenidos, algunos me lo discuten, me dicen, ¿pero cómo va a seleccionar los estudiantes los contenidos si no saben?


Speaker 0: ¿Qué es la evaluación pobre? Yo digo que una evaluación pobre genera un proceso de enseñanza y de aprendizaje pobre también. Y por consiguiente, la evaluación permitiría, bien entendida, bien planteada, ser un instrumento de transformación, de mejora, de innovación en la universidad. Nosotros no somos máquinas de evaluar y los alumnos máquinas que son inspeccionadas y evaluadas. Somos seres humanos en comunicación.

Y por consiguiente también al evaluar cuenta nuestros sentimientos, condiciona nuestros sentimientos el fenómeno. No es igual la evaluación hecha por un individuo atormentado, entristecido, depapoderado emocionalmente, que una evaluación hecha por una persona con salud emocional, con satisfacción respecto a la profesión, con buena capacidad de comunicación con los demás. Y hay un tercer aspecto que no se debe olvidar, que es que nosotros estamos muy encaminados por la tradición, por algunos mitos y algunos errores que se producen en nuestras prácticas docentes a evaluar casi exclusivamente el ámbito de lo cognitivo. Planteamos solamente en la evaluación cuánto sabe e incluso algunas veces qué sabe hacer, pero pocas veces vamos a evaluar qué siente, cómo es, qué le pasa y ese componente es muy importante cuando hablamos de la formación, quizá no de un buen profesional, pero sí de un profesional bueno. Y nosotros no tenemos que hacer solamente buenos arquitectos, buenos médicos, buenos filólogos, buenos biólogos o biólogas, sino que tenemos que formar también a las personas.

Es decir, tenemos que formar un médico bueno, un arquitecto bueno, un biólogo bueno. Y en esa bondad está el ámbito de los sentimientos, está el ámbito de las actitudes, está el ámbito de los valores. Y también tendríamos que preocuparnos de este ámbito de lo emocional, no solamente como condicionante del proceso en lo que se refiere a las emociones de los evaluados y los evaluadores, sino al contenido de la evaluación, al foco de la evaluación, al ámbito de la evaluación. Tenemos que evaluar los saberes, pero tenemos que evaluar las actitudes. Y a mí me parece que esto es muy importante, porque si entregásemos a la sociedad profesionales muy competentes en sus disciplinas, muy competentes en su oficio, pero malas personas, malos individuos, malos ciudadanos, estaríamos prestando un triste y un calamitoso servicio a la sociedad.

Se podían plantear muchas finalidades. Unas que son pedagógicamente pobres, se puede evaluar para comparar, para comprobar, para seleccionar, para controlar, para jerarquizar. Hay otras que son perversas, se puede evaluar para torturar, para desprestigiar, para desmotivar, para hundir, para desalentar. Y hay otras que son pedagógicamente ricas, que son las que yo creo que se deben fomentar con mayor énfasis. Y una de ellas es, se debe evaluar para comprender para dialogar para innovar para mejorar también tengo otro libro titulado la evaluación un proceso de diálogo comprensión y mejora cuando es la evaluación un proceso que nos permite innovar, que nos permite mejorar?

Cuando se convierte en un proceso de reflexión, un proceso de análisis, un proceso de crítica, un proceso de comprensión, que genera claves para tomar decisiones de transformación. Y había que transformarlo en dos dimensiones fundamentales. Una, la racionalidad de los procesos de enseñanza y aprendizaje. Hay procesos de enseñanza y aprendizaje que no son lógicos. Si yo quiero enseñar a una persona a ser creativo no le puedo enseñar a hacerlo dándole clases magistrales en lo que no le deje ni opinar.

Entonces habría que mejorar la racionalidad. Pero también hay que mejorar la justicia de las prácticas porque las prácticas de la enseñanza no son solamente técnicas, son prácticas morales, son prácticas éticas, puesto que hay relaciones, y hay relaciones sanas éticamente y hay relaciones perversas éticamente. Por consiguiente, esa transformación o esa innovación de la que me habláis tiene que contemplar esas dos dimensiones. Y quiero hacer una observación que me parece fundamental cuando hablamos de innovaciones, de innovaciones en los procesos de enseñanza y aprendizaje y de innovaciones en la gestión institucional del aprendizaje. Y la observación es algo muy importante que está relacionado con el lenguaje, que no se pueden confundir cambios con mejoras.

Es decir, no todas las innovaciones son buenas. Es decir, que no todo lo nuevo por ser nuevo es mejor que lo que ya había. La evaluación que hacemos, lo que hacen los profesores en las universidades, no se hace en la estratosfera, no se hace en una campana de cristal, se hace en el marco de una institución. Es decir, en un contexto institucional, en un contexto educativo. Ese contexto educativo puede ser de muchas formas, de muchos tipos.

Puede haber contextos institucionales, culturales, pobres, perversos, negativos, adulterados, y en ese contexto se hacen con mayor dificultad procesos de evaluación formativa, procesos de evaluación encaminada a la innovación, que tengan en cuenta las personas, que tengan en cuenta los sentimientos, como hemos dicho. ¿Por qué? Porque el contexto no solamente no lo propicia, sino que lo dificulta. Y a mí me parece que esto es una cuestión clave, cómo es la institución, qué prescripciones genera, qué clima cultiva, qué es lo que es bueno y lo que es malo en ella, a qué profesores y profesoras valora, por qué los valora de una manera o de otra. Y yo pienso que las instituciones universitarias de educación superior deberían ser un faro moral para la sociedad.

Y deben reflexionar de manera sistemática, rigurosa, exigente, sobre ese clima moral que está en ellas. Durante muchos años, la didáctica ha focalizado sus planteamientos en la enseñanza, en la buena enseñanza, pero se ha planteado menos en el buen aprendizaje. Pero El buen aprendizaje es el objetivo básico, y por consiguiente hay que poner el foco en el que aprende. Todos aprendemos, pero institucionalmente, el estudiante ha sido, tradicionalmente, el destinatario del trabajo del profesor y el destinatario de la evaluación que el profesor hace. Y yo entiendo que hay que darle mucho más protagonismo, pero No solamente en los procesos de evaluación, yo se lo daría en todo.

En el diseño del currículo, en la selección de contenidos, algunos me lo discuten, me dicen, ¿pero cómo va a seleccionar los estudiantes los contenidos si no saben? De los contenidos si no saben.

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La evaluación en la educación