Fragmento de la presentación de 'Perictione o De la libertad' en la librería Proteo/Prometeo de Málaga, con Vicente Luis Mora como presentador y Leonor Regife como recitadora de un fragmento de la dianovela. Fecha de grabación: 24/03/2023.

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Una última pregunta, me ha sorprendido, dentro de...

Evidentemente hay varios anacronismos deliberados

en la novela, que son totalmente deliberados.

Y el tratamiento, me río porque, claro, al estar en la universidad, la forma en que habla de la universidad el personaje, la pericción y la narradora, pues, claro, es de una actualidad rabiosa, se habla de índices de percentiles, de cuartiles, de impacto, etc., de un montón de cosas que están muy presentes ahora, sobre todo después de la ley de Polonia, etc., sobre el mundo del universitario.

Y bueno, es también como una forma, no sé, una especie de símbolo, esas cadenas que se rompen en el dibujo de la cubierta, es algo ahí como una especie de reflexión sobre el papel de la universidad, como que se repiten los errores o estás cargando de presentismos a crítica a la universidad actual?

En la Universidad Complutense de Madrid hay una estatua que a mí me fascina, que es el paso del testigo.

Es un emblema de en qué debería ser la universidad.

Hay un viejo tirado ahí en el suelo que está elevando un testigo que pasa a coger a caballo un joven osado.

Y entonces, lo más habitual, cuando se hace botellón en la Complutense, es arrancar el testigo.

Entonces, el símbolo queda mucho más ajustado a la realidad de la universidad, que es que hay un viejo tirado en el suelo, efectivamente, que eleva el brazo, pero que no da nada a la generación que viene.

La generación que viene va a agarrar ahí un testigo que no existe.

Vas a agarrar ahí, vas a llevártelo todo, ¿no?

Pero no hay nada, no hay nada que agarrar realmente.

Cuando Roland Barthes escribió sobre Mainz 18, dijo con mucha precisión que, en el fondo, la mayor parte de las reclamaciones de los estudiantes franceses, lo que querían era que la universidad francesa se convirtiera en la universidad norteamericana.

Es decir, que hubiera mayor horizontalidad entre los estudiantes y el profesorado, cosa que se consiguió en la universidad estadounidense convirtiendo a los estudiantes en clientes.

Si el estudiante es un cliente que paga un dineral por sus estudios, pues el cliente siempre tiene la razón.

Si el cliente considera que es políticamente correcto hacer linchamientos a gente con una determinada raza, eso se convertirá en casi estatuto de la universidad, y si por el contrario el estudiante tiene unas determinadas ideologías de otra índole, eso se va a convertir en ley oficial.

Entonces los profesores pueden ser expulsados y expedientados por cualquier tipo de conflicto intraacadémico.

Los campuses, bueno, y por ese motivo hay tanta literatura de campus precisamente en el mundo sobre todo anglosajón.

Lo que empieza en 1928, entre otras cosas, es esa transformación de la universidad que deja de ser, bueno deja de ser, sigue siendo una institución feudal basada en la relación entre maestro y discípulo, pero ya no en el orden de la palabra, de que yo hablo a un auditorio de 200 personas, no conozco ni a quién estoy hablando, sino que yo ahora soy una especie de mistagogo que tengo que habilitarte, tengo que firmarte proyectos, hacerte cartas de recomendación, dirigirte tesis...

Entonces, todos nosotros, al final, más que dar clase, lo que estamos es solucionando, como una especie de psicoanalistas, los problemas que tienen nuestros tesinandos o doctorandos o tefeemandos o tefejenandos, que están enajenados en esa escritura de cartas privadas de amor.

Porque en el fondo los trabajos de clases son cartas privadas de amor.

Es cierto que, evidentemente, no existían los cuartiles, ni los índices de impacto, ni nada por el estilo, pero es a partir del 68, con la transformación de la universidad en una universidad que no solamente está entregada a la docencia como principal de actividad, que también se abre a esa investigación, que es papereología, que de esos polvos, estos lodos, realmente.

Y eso es lo que vamos justamente a escuchar en unos minutos.

De Argila, Como no me permites cambiar el tema de mi tesis, renuncio al proyecto de concluirla y defenderla.

Soy consciente de que, al renunciar de este modo unilateral, perderé la beca que ahora disfruto, pero lo prefiero así, con tal de liberarme de la servidumbre intelectual a la que me he sometido durante los últimos dos años.

Dos años confirmando artículos que he escrito yo solita.

Dos años impartiendo más docencia de la que me toca sobre asignaturas que ignoro por completo y a alumnos que parecen retrasados mentales.

Dos años cubriendo tus faltas de asistencia, tus puentes y bajas injustificadas.

Dos años rellenando papeles y lamiendo sellos para pedir financiación y organizar congresos.

Dos años recogiendo en el aeropuerto o en la estación, sonriendo y dando conversación en cenas, meriendas, almuerzos, desayunos y tentempies, oficiando de chica de compañía para decenas de ponentes invitados.

Me da igual que me expedienten, que no pueda trabajar nunca más para la Administración pública, que no ingrese en esta casta de chupópteros del Estado, que sin ofrecer ningún servicio a cambio, empalman beca tras beca hasta los 40 años.

La universidad me ha obligado a memorizar toneladas de saber superfluo, tremendamente útil para vomitarlo en el examen, como en un nido donde prometen enseñarte a volar, pero luego solo se regurgitan gusanos ya baveados.

Cuando te den la patada, y tarde o temprano te la darán, tendrás que vértelas y deseártelas con tu buche hinchado y tus alas sin estrenar.

Ya anticipaba que tras cuatro años de beca, tras cuatro años de estrés, depresión y ansiedad, me iba a quedar en paro.

¿Que mi doctorado solo me habilitaría para trabajar de camarera o para cobrar un salario de mierda como profesora adjunta a tiempo parcial, a la espera de que algunos de vosotros, carcamales aferrados con ladillas a la cátedra, os jubiléis.

¿De que los alumnos se burlan a tus espaldas?

Antes que del contenido de tus clases, se acuerdan de cómo vas vestida al aula o de la nota que le endilgas al final del cuatrimestre.

De buena tinta saben que no pierdes el tiempo leyendo y evaluando sus exámenes, que les apruebas por su cara bonita, por sus intervenciones orales en clase y, sobre todo, fuera de clase.

Descurrir ante un público que se renueva a cada curso, perpetuamente joven e ignorante, incapaz de evaluar lo retorcido de tu discurso, te ha convertido en una vacua charlatana.

Has enloquecido a base de repetir las mismas frases e incluso pausas y palabras, asignatura tras asignatura, década tras década.

En una misma conversación, cuentas dos y tres veces la misma anécdota.

A Nadie le interesan tus batallitas de cuando conociste a Freu en persona.

Estamos hartas de oír que te felicito enfáticamente por tus investigaciones sobre el trastorno de personalidad múltiple.

Tus colegas de departamento nunca olvidarán los años sabáticos que te has tomado, los alumnos que te has follado, los comentarios negativos que formulaste o quizá solo sugeriste en aquella defensa de tesis o en aquellas oposiciones a titularidad o en aquel seminario o en aquella reunión del departamento o en sólo un rumor que vaga por los pasillos de la facultad.

Y se vengarán, cuanto más débil te encuentres.

Tus libros, tus manuales de referencia, tus monografías sobre clásicos impepinables, gracias a quienes crees haberte inmortalizado, se agotarán, descatalogarán, nunca se reeditarán.

Quienes ahora te citan de oídas en sus papers son los mismos que te expulgarán de sus bibliotecas, de sus bibliografías primarias y secundarias, de sus sentidas dedicatorias en cuanto te jubiles.

Y el día que estires la pata, una oleada de oportunistas, con quienes no intercambiasteis dos palabras fuera de la universidad, y dentro de ellas te putearon a más no poder, Publicarán artículos recordando la alta estima y bellísima amistad que os unía.

Tus discípulos negarán haberte conocido, o peor aún, se investirán como tus únicos herederos legítimos, continuadores, actualizadores, mejoradores de tu obra, reducida a cuatro clichés y frases hechas.

En 50 años solo quedará de ti con suerte tu apellido o tus iniciales, bautizando una cutre sala de reuniones.

Quienes allí se reúnan pensarán que es un homenaje a la poeta H.D.

Al final, hasta tu propio nombre te dará la espalda.

¿Dentro de medio siglo a quién le interesará la crítica cultural basada sobre premisas psicoanalistas?

A los críticos culturales y a los analistas rigurosos, desde luego que no.

Os consideran unos apenedizos por remover sus cercos y fronteras disciplinares.

No les falta razón al denunciar vuestro descarado intrusismo académico.

Vuestra especialidad es un animal anfibio.

En teoría os sabéis defender tanto en el agua como en la tierra, pero a la postre sois presa fácil en ambos medios, pues ni nadáis ni corréis decentemente.

Habéis heredado lo peorcito de cada casa.

De los críticos culturales, el resentimiento de quienes impotentes como sois para creer nada propio.

Os creéis mejores que los artistas porque detectáis sus defectos, aunque no podáis igualar sus momentos más mediocres, no digamos ya mejorarlos.

La crítica cultural erosiona las obras de arte como la ventisca arrecia las montañas.

Hace mucho ruido, parece muy peligrosa, presenta contratiempos, da sustos a escaladores inexpertos.

Pero por más que haya niebla en los picos más altos y cause algún que otro aluz, lo que a largo plazo queda son las montañas.

Estoy hasta la rabadilla de soplar a las piedras.

De ahora en adelante voy a mineralizarme.

Carece de cualquier fundamento clínico o empírico.

Con el mismo valor científico que la astrología o la mariología.

Los psicoanalistas privatizáis y neutralizáis los conflictos sociales, travestiéndolos como problemas anímicos personales.

Sois los curas del inconsciente, los policías de la libido.

Si en vez de dilapidar sus ahorros en vuestros carísimos masajes mentales, las personas a las que estafáis armasen una huelga o una manifestación, si explotasen políticamente su neurosis, la sociedad cambiaría para mejor.

Y hablando de la policía, ayer mismo, en las inmediaciones de San Germán de Prés, los antidisturbios le dieron una paliza a dos amigas mías.

Como leñadores ante un pino viejo, les pegaron en la cabeza, en las costillas, en las piernas, hasta que les faltó aire para pedir auxilio.

Se ensañaron con ellas porque eran lesbianas.

Porque lo parecía, según clichés popularizados por el psicoanálisis, bajo la excusa de visibilizar y normalizar conductas sexuales alternativas, Los analistas habéis azuzado a los perros de presa del heteropatriarcado contra las parejas de butch y femmes.

He ahí las consecuencias de considerar la homosexualidad como lo alternativo, lo distinto, lo minoritario, lo desviado, lo perverso.

Vuestros papers delinean los renglones torcidos de la misoginia.


Speaker 0: Una última pregunta, me ha sorprendido, dentro de... Evidentemente hay varios anacronismos deliberados

Speaker 1: en la novela, que son totalmente deliberados. Y el tratamiento, me río porque, claro, al estar en la universidad, la forma en que habla de la universidad el personaje, la pericción y la narradora, pues, claro, es de una actualidad rabiosa, se habla de índices de percentiles, de cuartiles, de impacto, etc., de un montón de cosas que están muy presentes ahora, sobre todo después de la ley de Polonia, etc., sobre el mundo del universitario. Y bueno, es también como una forma, no sé, una especie de símbolo, esas cadenas que se rompen en el dibujo de la cubierta, es algo ahí como una especie de reflexión sobre el papel de la universidad, como que se repiten los errores o estás cargando de presentismos a crítica a la universidad actual?

Speaker 2: En la Universidad Complutense de Madrid hay una estatua que a mí me fascina, que es el paso del testigo. Es un emblema de en qué debería ser la universidad. Hay un viejo tirado ahí en el suelo que está elevando un testigo que pasa a coger a caballo un joven osado. Y entonces, lo más habitual, cuando se hace botellón en la Complutense, es arrancar el testigo. Entonces, el símbolo queda mucho más ajustado a la realidad de la universidad, que es que hay un viejo tirado en el suelo, efectivamente, que eleva el brazo, pero que no da nada a la generación que viene.

La generación que viene va a agarrar ahí un testigo que no existe. Para mí, la universidad es eso, ¿no? Vas a agarrar ahí, vas a llevártelo todo, ¿no? Pero no hay nada, no hay nada que agarrar realmente. Cuando Roland Barthes escribió sobre Mainz 18, dijo con mucha precisión que, en el fondo, la mayor parte de las reclamaciones de los estudiantes franceses, lo que querían era que la universidad francesa se convirtiera en la universidad norteamericana.

Es decir, que hubiera mayor horizontalidad entre los estudiantes y el profesorado, cosa que se consiguió en la universidad estadounidense convirtiendo a los estudiantes en clientes. Si el estudiante es un cliente que paga un dineral por sus estudios, pues el cliente siempre tiene la razón. Si el cliente considera que es políticamente correcto hacer linchamientos a gente con una determinada raza, eso se convertirá en casi estatuto de la universidad, y si por el contrario el estudiante tiene unas determinadas ideologías de otra índole, eso se va a convertir en ley oficial. Entonces los profesores pueden ser expulsados y expedientados por cualquier tipo de conflicto intraacadémico. Los campuses, bueno, y por ese motivo hay tanta literatura de campus precisamente en el mundo sobre todo anglosajón.

Lo que empieza en 1928, entre otras cosas, es esa transformación de la universidad que deja de ser, bueno deja de ser, sigue siendo una institución feudal basada en la relación entre maestro y discípulo, pero ya no en el orden de la palabra, de que yo hablo a un auditorio de 200 personas, no conozco ni a quién estoy hablando, sino que yo ahora soy una especie de mistagogo que tengo que habilitarte, tengo que firmarte proyectos, hacerte cartas de recomendación, dirigirte tesis... Entonces, todos nosotros, al final, más que dar clase, lo que estamos es solucionando, como una especie de psicoanalistas, los problemas que tienen nuestros tesinandos o doctorandos o tefeemandos o tefejenandos, que están enajenados en esa escritura de cartas privadas de amor. Porque en el fondo los trabajos de clases son cartas privadas de amor. Por ahí iría la cosa, ¿no? Es cierto que, evidentemente, no existían los cuartiles, ni los índices de impacto, ni nada por el estilo, pero es a partir del 68, con la transformación de la universidad en una universidad que no solamente está entregada a la docencia como principal de actividad, que también se abre a esa investigación, que es papereología, que de esos polvos, estos lodos, realmente.

Y eso es lo que vamos justamente a escuchar en unos minutos. O ahora mismo. O ahora mismo. Pues por favor un aplauso. Un aplauso para Leonor Regis.

Speaker 3: Aplausos. Gracias. ¿Se oye bien? Sí. Gracias.

¿Se oye bien? De Argila, Como no me permites cambiar el tema de mi tesis, renuncio al proyecto de concluirla y defenderla. Soy consciente de que, al renunciar de este modo unilateral, perderé la beca que ahora disfruto, pero lo prefiero así, con tal de liberarme de la servidumbre intelectual a la que me he sometido durante los últimos dos años. Dos años confirmando artículos que he escrito yo solita. Dos años impartiendo más docencia de la que me toca sobre asignaturas que ignoro por completo y a alumnos que parecen retrasados mentales.

Dos años cubriendo tus faltas de asistencia, tus puentes y bajas injustificadas. Dos años rellenando papeles y lamiendo sellos para pedir financiación y organizar congresos. Dos años recogiendo en el aeropuerto o en la estación, sonriendo y dando conversación en cenas, meriendas, almuerzos, desayunos y tentempies, oficiando de chica de compañía para decenas de ponentes invitados. ¡Se acabó! ¿Me oyes?

Ni un minuto más de esta mierda. Me da igual que me expedienten, que no pueda trabajar nunca más para la Administración pública, que no ingrese en esta casta de chupópteros del Estado, que sin ofrecer ningún servicio a cambio, empalman beca tras beca hasta los 40 años. La universidad me ha obligado a memorizar toneladas de saber superfluo, tremendamente útil para vomitarlo en el examen, como en un nido donde prometen enseñarte a volar, pero luego solo se regurgitan gusanos ya baveados. Cuando te den la patada, y tarde o temprano te la darán, tendrás que vértelas y deseártelas con tu buche hinchado y tus alas sin estrenar. Ya anticipaba que tras cuatro años de beca, tras cuatro años de estrés, depresión y ansiedad, me iba a quedar en paro.

¿Que mi doctorado solo me habilitaría para trabajar de camarera o para cobrar un salario de mierda como profesora adjunta a tiempo parcial, a la espera de que algunos de vosotros, carcamales aferrados con ladillas a la cátedra, os jubiléis. ¡O muráis de una puta vez! ¿Y tú? ¿Para cuándo, Gilda? ¿No te das cuenta de que ya chocheas?

¿De que los alumnos se burlan a tus espaldas? Antes que del contenido de tus clases, se acuerdan de cómo vas vestida al aula o de la nota que le endilgas al final del cuatrimestre. De buena tinta saben que no pierdes el tiempo leyendo y evaluando sus exámenes, que les apruebas por su cara bonita, por sus intervenciones orales en clase y, sobre todo, fuera de clase. Descurrir ante un público que se renueva a cada curso, perpetuamente joven e ignorante, incapaz de evaluar lo retorcido de tu discurso, te ha convertido en una vacua charlatana. Has enloquecido a base de repetir las mismas frases e incluso pausas y palabras, asignatura tras asignatura, década tras década.

En una misma conversación, cuentas dos y tres veces la misma anécdota. A Nadie le interesan tus batallitas de cuando conociste a Freu en persona. Estamos hartas de oír que te felicito enfáticamente por tus investigaciones sobre el trastorno de personalidad múltiple. A ti y a cuantas más. Tus colegas de departamento nunca olvidarán los años sabáticos que te has tomado, los alumnos que te has follado, los comentarios negativos que formulaste o quizá solo sugeriste en aquella defensa de tesis o en aquellas oposiciones a titularidad o en aquel seminario o en aquella reunión del departamento o en sólo un rumor que vaga por los pasillos de la facultad.

Y se vengarán, cuanto más débil te encuentres. Tus libros, tus manuales de referencia, tus monografías sobre clásicos impepinables, gracias a quienes crees haberte inmortalizado, se agotarán, descatalogarán, nunca se reeditarán. Quienes ahora te citan de oídas en sus papers son los mismos que te expulgarán de sus bibliotecas, de sus bibliografías primarias y secundarias, de sus sentidas dedicatorias en cuanto te jubiles. Y el día que estires la pata, una oleada de oportunistas, con quienes no intercambiasteis dos palabras fuera de la universidad, y dentro de ellas te putearon a más no poder, Publicarán artículos recordando la alta estima y bellísima amistad que os unía. Tus discípulos negarán haberte conocido, o peor aún, se investirán como tus únicos herederos legítimos, continuadores, actualizadores, mejoradores de tu obra, reducida a cuatro clichés y frases hechas.

En 50 años solo quedará de ti con suerte tu apellido o tus iniciales, bautizando una cutre sala de reuniones. Quienes allí se reúnan pensarán que es un homenaje a la poeta H.D. Al final, hasta tu propio nombre te dará la espalda. Esa es otra. ¿Dentro de medio siglo a quién le interesará la crítica cultural basada sobre premisas psicoanalistas?

A los críticos culturales y a los analistas rigurosos, desde luego que no. Os consideran unos apenedizos por remover sus cercos y fronteras disciplinares. No les falta razón al denunciar vuestro descarado intrusismo académico. Vuestra especialidad es un animal anfibio. En teoría os sabéis defender tanto en el agua como en la tierra, pero a la postre sois presa fácil en ambos medios, pues ni nadáis ni corréis decentemente.

Habéis heredado lo peorcito de cada casa. De los críticos culturales, el resentimiento de quienes impotentes como sois para creer nada propio. Os creéis mejores que los artistas porque detectáis sus defectos, aunque no podáis igualar sus momentos más mediocres, no digamos ya mejorarlos. La crítica cultural erosiona las obras de arte como la ventisca arrecia las montañas. Hace mucho ruido, parece muy peligrosa, presenta contratiempos, da sustos a escaladores inexpertos.

Pero por más que haya niebla en los picos más altos y cause algún que otro aluz, lo que a largo plazo queda son las montañas. Estoy hasta la rabadilla de soplar a las piedras. De ahora en adelante voy a mineralizarme. ¿Y qué decir del psicoanálisis? Carece de cualquier fundamento clínico o empírico.

Es mala literatura, a punto. Con el mismo valor científico que la astrología o la mariología. Los psicoanalistas privatizáis y neutralizáis los conflictos sociales, travestiéndolos como problemas anímicos personales. Sois los curas del inconsciente, los policías de la libido. Si en vez de dilapidar sus ahorros en vuestros carísimos masajes mentales, las personas a las que estafáis armasen una huelga o una manifestación, si explotasen políticamente su neurosis, la sociedad cambiaría para mejor.

Y hablando de la policía, ayer mismo, en las inmediaciones de San Germán de Prés, los antidisturbios le dieron una paliza a dos amigas mías. Como leñadores ante un pino viejo, les pegaron en la cabeza, en las costillas, en las piernas, hasta que les faltó aire para pedir auxilio. Se ensañaron con ellas porque eran lesbianas. Y aquí empieza vuestra culpa. Porque lo parecía, según clichés popularizados por el psicoanálisis, bajo la excusa de visibilizar y normalizar conductas sexuales alternativas, Los analistas habéis azuzado a los perros de presa del heteropatriarcado contra las parejas de butch y femmes.

He ahí las consecuencias de considerar la homosexualidad como lo alternativo, lo distinto, lo minoritario, lo desviado, lo perverso. Demasiadas cursivas en vuestros papers. Vuestros papers delinean los renglones torcidos de la misoginia.

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La farsa de la universidad | Perictione o De la libertad